En suma, el modelo finlandés de educación superior supone una sociedad con elevados ingresos, que paga altos impuestos, posee un sólido y exigente Estado socialdemócrata de bienestar y donde las instituciones proveedoras del servicio se hallan sujetas a fuertes controles de desempeño, calidad y eficiencia. Nada más alejado, en consecuencia, de la visión entusiastamente ingenua de quienes creen posible una educación terciaria de calidad y equitativa lograda con cero costos de ajuste organizacional, esfuerzo colectivo, exigencias de desempeño...
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