Hoy, 15 de agosto, celebramos que la Virgen María, "concubina" y madre de Dios, subió a la gloria; no solo el alma, como el resto de los creyentes. Llegar al cielo sin cuerpo debe ser de pobretones, además, no tienes donde colgarte la rebequita si refresca.
Esta gran efeméride la decidió, en 1950, un señor en el Vaticano, Eugenio Maria Giuseppe (Pío XII). Los papas tienen un extraño superpoder y pueden dictar "dogmas" (doctrinas infalibles y de obligado cumplimiento para los creyentes ya que se consideran reveladas por el mismísimo Dios). Desde la dictadura franquista, todos los españoles celebramos con una festividad nacional este gran logro en el transporte corporal de la Virgen.
La mayor parte de los días festivos decretados, anualmente, por las diferentes Administraciones públicas son de exclusivo culto religioso, burlando así la supuesta aconfesionalidad del Estado. Una religión y sus símbolos, exclusivos de una parte de la sociedad, son impuestos a la totalidad.
De los nueve días que elige el Estado como festivos, cinco son claramente confesionales. Éstos, por orden cronológico, serían: 1. Epifanía del Señor (Reyes Magos), 2. Viernes Santo, 3. Asunción de la Virgen, 4. Día de Todos los Santos, 5. Inmaculada Concepción. Aunque existen otras festividades pseudoreligiosas (apropiación de fiestas de origen pagano por parte de la Iglesia católica) donde la Navidad, conmemoración de la efemérides astronómica del solsticio de invierno, es el más evidente.
Por otro lado, las festividades que eligen cada año las diferentes localidades (2) suelen ser también de culto religioso. Citando exclusivamente a las dos ciudades más pobladas de España encontramos 1. San Isidro, 2. Virgen de la Almudena, en Madrid, y 1. Pentecostés, 2. Virgen de la Merced, en Barcelona. Como no podría ser de otra manera, dichas festividades contienen actividades de culto, claramente segregadoras en lo que debieran ser días de convivencia e integración.
Resumiendo, observamos que las festividades en España tienen un claro sesgo religioso, por tanto discriminatorio, herencia de nuestro pasado teocrático alentado en gran medida por el nacionalcatolicismo de la dictadura franquista y que ningún partido gobernante en democracia ha querido modificar.