Las obligaban a estar disponibles todos los días de la semana y solo les permitían descansar, salir a la calle, bañarse o atender su higiene menstrual con el permiso de la cabecilla. Ésta también se encargaba de atender las llamadas y mensajes de los hombres que pretendían pagar por acceder al cuerpo de las mujeres, expuestas en una página web de contactos sexuales, controlando así la cantidad y la duración de los encuentros.
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