La única que se ha contemplado por ojos humanos, sin embargo, es la que se generó la noche del 9 de julio de 1962 a unos 400 kilómetros de altura sobre el Océano Pacífico. Además de que a muchos hawainos se les petrificó el “aloah” en los labios y sus aparatos de radio y televisión dejaron de funcionar, sobre sus cabezas contemplaron los efectos lumínicos que una bomba termonuclear de 1,5 megatones era capaz de pintar en el cielo.
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