Por toda respuesta Eusebio sonríe, se mete la mano al bolsillo y saca un puñado de crayolas; verdes, rojas, amarillas. En la terraza de Rius i Taulet, que él, porque es de Gràcia de toda la vida, conoce como plaza de la Vila, no pasa mucho tiempo sin que se acerque alguien a saludar, o sin que alguien lo reconozca desde lejos, y eleve al cielo un grito que repercute como un sonsonete familiar: «¡Eusebiooooooooo!» Porque aquí, en Gràcia, a Eusebio todos lo conocen.
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