Me dirijo al Mercadona a comprar y en la puerta me asalta una pareja con una cara de desesperación absoluta.
-Disculpa, ¿puedes comprarnos un pollo y 3 barras de pan? Tenemos 3 hijos y de verdad que me da mucha vergüenza pedir, pero es que no me queda otra.
Los creo, se ve la desesperación y la urgencia en sus ojos, así que, con esa sensación agridulce del que se siente solidario por un lado pero jodido por tener más suerte que millones de personas, les digo que sí. Bueno, pues allá que va el heterosexual blanco solidario, el salvador de las clases oprimidas, el Amancio Ortega marca Hacendado a salvar la noche de una pareja desesperada. No ayudaré a detectar cánceres, pero hoy haré que tres niños puedan cenar.
Compro el pollo, un paquete de croissant de chocolate para el desayuno de los críos y dos cervezas (marca blanca, he de reconocer) para que pasen el mal trago con un poco menos de tristeza. Me dirijo a la panadería y compruebo con horror que no queda pan. Sólo hay una triste bolsita de panecillos a la que me dirijo raudo, pero de pronto, unas esqueléticas manos llenas de manchas solares agarran la bolsa justo antes de que pueda hacer nada. Miro hacia mi izquierda y veo a una vieja con un rictus de satisfacción en su ajada boca. La odio, la odio muy fuerte. Estoy seguro de que irán directos al gaznate de sus obesos nietos, educados en algún colegio privado católico. Miro a la derecha y veo que quedan dos barras de cereales y que la mujer también se dirige hacia ellos. Pero Daniel Amancio no se rinde fácilmente y con dos atléticos y juveniles saltos consigo agarrarlas. Ella me mira alucinada. Las meto rápido en la bolsa de plástico y me piro de allí. Casi parece sonar la banda sonora de La Misión.
Pago y me dirijo a la puerta y compruebo con horror que la pareja no está. Espero 2-3 minutos y la única persona que aparece es la vieja que me quitó los panecillos, que también espera. Nos miramos...y casi lo decimos a la vez:
-¿Le han pedido a usted pan y pollo? ¿Y dónde están estos dos?
Unidos primero por el odio mutuo y luego por el extraño desamparo, sonreímos, nos encogemos de brazos y nos vamos en direcciones opuestas. No tendremos un emporio de ropa, ni salimos en la lista Forbes, pero esta noche cenamos pollo.