No hay apenas sangre, ni enormes buques, ni asaltos a los balleneros por parte de las lanchas de Greenpeace, ni tampoco airadas protestas de la comunidad internacional, pero en nuestro país se cazan ballenas. Eso sí: nuestros cetáceos vuelan, pesan apenas unos gramos, y mueren, de inanición, con las alas pegajosas y los ojos hundidos en sus diminutos cráneos. Son aves muchas veces protegidas –como los petirrojos, picogordos o distintas currucas- que caen en la trampa mediterránea por excelencia, el parany.
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