Si algo ha demostrado esta crisis es el valor imperecedero y universal de los cuentos infantiles, cargados de mensajes educativos a través de sus moralejas finales. Nos saciamos de repetírselos a nuestros hijos como lecciones a aprender, especie de impronta que queremos que se les quede de amenazas a evitar y actitudes a adoptar. Somos ya mayores, pensamos, para que se conviertan en elementos de reflexión en la madurez. Qué gran equivocación.
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