En mi experiencia de escritor como afición conocí a muchos otros escritores aficionados. Es un mundillo lleno de gente de todas las edades que comparten sin embargo ambición, una que me temo es de ese tipo de ambición genérica que se lleva desde principios de siglo donde YouTube es el máximo exponente.
Aunque de lo que quiero hablar es de una similitud que todos compartimos.
Formé en su momento por WhatsApp y posteriormente por Telegram un grupo de escritores. Llegamos a reunirnos una cantidad bastante considerable, y el aprendizaje fue constante. Conocer gente es vital para mejorar como escritor, pero... cómo decirlo, existía un problema de concepto sobre qué es escribir. Ahí está el asunto, que escribir tiene de norma básica escribir bien, sin faltas y con buena gramática, pero no se avanzaba de ese paso.
El 100% de los escritores que allí conocí sólo evaluaban los textos de los demás en relación a cómo estaban escritos en cuanto a ortografía y gramática. Ahí estaba el problema. Nos gustaba compartir relatos de autores reconocidos, pero todos, todos, nos quedabamos en la superficie, surgía además una especie de idolatría que no ahondaba en qué quería decir el texto. Nunca hubo un debate en torno a una temática, sólo se discutía sobre cuándo puntuar sólo y cuándo no, qué coma estaba bien colocada y los porqués de alargar y acortar frases. ¿Pero qué hay de las emociones e ideas expresadas? Con respeto a la lengua, escribir bien es una prioridad por debajo a tener algo que decir. Si un texto te habla de una verdad universal, te deja pensando y hace rebartir, te enseña, llena el pecho y hace gesticular tu rostro, es que es un buen texto, independientemente de que, sí, debe de estar bien escrito para no sacarte de la concentración, pero es un aspecto menor en comparación.
De aquel chat grupal comprobé que se escribía mucho. Eran escritores, sin duda, y llenaban aquellos días con cientos y cientos de mensajes que sumados equivaldrían en número de palabras al libro que algún día deseaban escribir. Siempre fue mi ironía favorita. A la larga me percaté que todo aquello era un juego social, que muchos escribían textos sólo por intentar impresionar o por acumular número de lecturas para presumir. Los que de verdad se tomaban en serio la literatura no estaban allí, no perdían el tiempo porque estaban centrados en escribir.
Por eso quien confude escribir bien se le abre todo un mundo cuando va a un curso de escritura. Si tiene suerte con el profesor comienza a aprender que escribir bien también significa tener algo que contar, lo que sea, nada de ser superficiales sobre qué está bien puesto y qué no. Por otro lado nunca creí en este tipo de cursos, porque son un negocio después de todo y aprender a escribir se debe conseguir conociendo gente y viviendo toda experiencia posible. ¿Cómo vas a tener algo que contar si te pasas el día puliendo tu estilo sin salir de casa? Si lees mucho, lograrás mejorar y ampliar horizontes mentales, pero todo resultará en imitaciones con otras palabras y deducciones limitadas a lo leído.
Lo suyo es un punto medio. Leer mucho, escribir mucho y conocer al mundo y sus gentes. Quedarse encerrado aprendiendo a escribir bien ayudará a que otros les guste lo que dices, pero no calará y con el tiempo nadie recordará lo que escribiste. El camino es otro.
Por lo que, de acuerdo, te has esmerado en que el camino sea pulido y bonito, pero ahora te toca transitarlo.