Hay videojuegos que han marcado a toda una generación, y sin duda Pac-Man (1980) ha sido uno de ellos. Las aventuras de aquellos primeros rústicos monigotes a no demasiada alta resolución –la pantalla era de 224 × 288 píxeles y 16 colores– hacían volar la imaginación de los chavales de la época, quienes desarrollaban una peculiar destreza en un juego que hoy en día podría considerarse básico y primitivo, pero que tenía su intríngulis.
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