Cuando se extiende un nuevo modo de hacer las cosas, o un nuevo procedimiento, casi siempre caemos en la trampa de valorarlo con parámetros viejos, introduciendo en el modelo solamente las variables más inmediatas.
En mi caso, siempre he sido un ferviente defensor del teletrabajo y, de hecho, lo considero la única salid razonable pare el tema de la movilidad, el transporte sostenible y unas ciudades ahogadas en sus cuellos de botella.
Y sin embargo me doy cuenta, poco a poco, de los sesgos que yo mismo había padecido al analizar este tema. Me gustaría echarle un vistazo a estos errores, al menos, a los míos.
-1. Algunos pensamos que el teletrabajo ahorra tiempo, energía y dinero en los desplazamientos, permitiendo al trabajador disponer de más horas reales para sus propios asuntos. En algunas ciudades como Madrid o Barcelona esto puede suponer que el día tenga hasta dos horas más para nosotros.
-2. El teletrabajo puede ser una opción de supervivencia para las ciudades más pequeñas y hasta para los pueblos, don de los costes de vida son muy inferiores a los de las grandes ciudades. Ya no hay necesidad de desplazarse a donde está el empleo.
-3. Al disminuir la vinculación de los trabajadores a determinados polos de producción, se produciría una mejor distribución de la riqueza por el territorio, permitiéndonos escapar de los agujeros negros económicos que padecemos ahora.
Pero resulta que NO: las tres premisas son falsas, o al menos sólo media verdaderas. Y es el momento de analizar el asunto.
-1. Los desplazamientos se reducen, sí, pero nuestras casas se convierten en centros de trabajo, originando problemas de convivencia de todo tipo y empobreciendo nuestro contacto con los demás. El paso del taller a la fábrica supuso que los trabajadores estaban juntos en el centro de trabajo y esto fue clave para que se organizaran a la hora de defender sus derechos. Las empresas han combatido desde siempre el contacto entre los trabajadores (cubículos, departamentos, plantas no conectadas) y si el contacto informal desaparece o se reduce drásticamente, lo que se consigue es fomentar el individualismo y eliminar la solidaridad entre compañeros.
-2. Es cierto que puedes trabajar en Madrid y vivir en Bembibre. Está muy bien. Pero es que, por la mitad de sueldo, puedes trabajar en Madrid y vivir en Bogotá. El teletrabajo no va a suponer que se mantengan los empleos, sino que va a suponer una nueva oleada de deslocalizaciones. Cuando las tareas se organicen para realizarse en remoto, no hay ninguna razón para que las realice gente que aspira a un sueldo español y con unas condiciones españolas. Si para trabajar en Madrid puedes vivir en León, ¿por qué no en León de Guanajuato, en México?
-3. Al reducirse los polos de actividad se aniquilan sectores enteros. Como siempre, eso nos importará más o menos según nos vaya en la fiesta, pero si observamos el fenómeno como sociedad en conjunto, nos encontramos con que las desigualdades vuelven a crecer, una vez más. Para entender esto, basten dos ejemplos un poco burdos, pero muy gráficos: el teletrabajo de las oficinas supone la desaparición de las cafeterías y restaurantes de la zona. Esos establecimiento vivían se servir cafés, bocatas y menús a los oficinistas (funcionarios de ministerios, teleoperadores, etc.) y no van a volver a abrir mientras el teletrabajo se mantenga. Por otro lado, mucha gente que compraba en tiendas físicas porque no había nadie ne su casa para recoger los paquetes se ha pasado de cabeza a Amazon desde que teletrabaja y está todo el día en su propio domicilio. Son sólo dos ejemplos, pero seguro que a todos se nos ocurren algunos más.
La cuestión es que el cambio de concepto no va a centrarse en quién paga la electricidad del ordenador y otras chorradas semejantes que he visto discutir. Lo importante, me parece, es hasta dónde de lejos puede llegar la palabra "tele" y a quién más,de la larga lista de damnificados, puede alcanzar el próximo cierre provocado por el nuevo modelo.