En la mañana del 7 de enero de 1988 una decena de coches patrulla y varios vehículos del departamento forense de Riverside, California, rodearon las instalaciones de la mayor empresa de suspensión criónica del mundo con una orden de registro. El forense y su equipo llegaban a la central de Alcor en busca de algo muy concreto. «Estamos aquí», informó el agente Alan Kunzman una vez dentro del edificio, «para llevarnos la cabeza de Dora Kent y todos los documentos relacionados»...
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