Su imagen en el podio, su porte de atleta excepcional, su nadar fluido y hermoso, me hicieron casi llorar. Porque esa imagen poderosa y atlética es la que se les ha robado a cientos de miles de niños saharauis durante tres generaciones, sometidos a la ocupación o al exilio, mal alimentados, cercados, “bonsaizados” por la dejación de la ONU y la crueldad de los invasores.
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