El sistema se basa en una serie de sensores que, en realidad, son conjuntos de dos, un sensor magnético y otro óptico, encerrados en un cilindro. Estos elementos (de bajo coste, autónomos y con una vida mínima garantizada de diez años sin mantenimiento) se ocultan bajo el asfalto en cada plaza de aparcamiento. Los sensores detectan si existe un vehículo estacionado encima y envían los datos a colectores que pueden estar instalados, por ejemplo, en las farolas. Estos, a su vez, reenvían la información a servidores con bancos de datos.
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