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En la frontera

El puesto fronterizo no era más que una barraca con el techo de paja y las paredes de latón. En el interior el calor debía de resultar insoportable, porque el oficial había tenido que improvisar una especie de porche con tres palos y un pedazo de tela desflecada desde donde vigilaba el camino sentado en una mecedora. Tenía una radio pegada a la oreja y un manojo de plátanos en el regazo. A su alrededor pululaba un puñado de pollos desmedrados...

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