Hoy he escuchado estupefacto el argumentario del por qué se está haciendo tanto ruido con el caso Cifuentes en una tertulia radiofónica, y esto me ha dado que pensar sobre cuál es el grado en el que la corrupción, (como condicionante indiscutible de los problemas sociales que afectan a nuestro país), está en nuestra manera de actuar, en nuestra manera de pensar, en nuestra forma de trabajar y en nuestra manera de realizar juicios de valor, durante todos los días.
La conclusión es al mismo tiempo obvia y en cierto sentido desgarradora: "la corrupción está tan integrada en nuestra sociedad como lo está un órgano vital en el cuerpo de un ser vivo, de tal forma que su extirpación directa podría provocar la incapacidad para sobrevivir de dicho ser". Por eso la corrupción no es fácilmente controlable y mucho menos eliminable de manera eficaz y rápida.
Está tan profundamente arraigada, enraizada e integrada en nuestra idiosincrasia, y lo que es más grave, tan integrada en nuestro propio universo mental como colectivo social que pasarán décadas antes de que la intolerancia hacia la corrupción, que podríamos calificar de baja intensidad como: falsificación documental, el fraude a hacienda o el desvío de todo tipo de fondos, ya sea en cash o en especie, se reduzca a los niveles de tolerancia, (como actitud individual de los miembros integrantes de ese colectivo que llamamos España), de nuestros homólogos europeos.
El ejemplo radiofónico matutino de esta misma mañana, en la que los tertulianos de RNE han estado opinando sobre el caso de Cristina Cifuentes, me han provocado verdaderas ganas de vomitar, porque sé y reconozco, que algunos de ellos son personas brillantes, inteligentes, con una capacidad de argumentación fuera del estándar común y, en términos generales, la actitud de prácticamente todos ha sido tratar de justificar lo injustificable y buscar más que otra cosa las causas de por qué se ha filtrado la noticia y quién lo ha hecho en lugar de discutir sobre cuándo debería dimitir y por qué no lo ha hecho aún.
Por ejemplo, Ana Grau, narradora extraordinaria, independientemente del sesgo de sus ideas, ha insistido en la intensidad del foco mediático sobre este asunto. Al parecer, y según su criterio, la amplificación de los hechos se han descontextualizando en una realidad política muy compleja y en la que el caso Cifuentes sin duda es un detalle menor de la política. Pero lo más jodidamente llamativo ha sido la actitud de su discurso pues ella misma trataba de desviar el foco a sus intereses personales, repitiendo machaconamente que ha sido el fuego amigo el que ha embarrado la actual trayectoria de la Presidenta de Madrid. Aquí lo importante no es que una prevaricadora corrupta haya sido pillada en falta con pruebas irrefutables. Aquí, lo importante es quién a filtrado la información y hasta que punto el partido Ciudadanos tendría que exigir la dimisión dada la nimiedad de la falta cometida.
Si por esto tiene que dimitir habría que cambiar el listón de permanencia de la clase política española. Esa era la idea.
Sorprendentemente, Roberto Becares ha sido el que ha expuesto la situación de una manera más objetiva puesto que al menos se ha remitido, en gran parte de su argumentación, a la consistencia de las pruebas que han aportado El Diario y otros medios de comunicación. Hoy mismo, por ejemplo, El Confidencial demuestra que ha habido una falsificación documental muy grave, puesto que el acta del máster que exhibió Cifuentes tiene al menos dos firmas falsificadas. A más de un profesor, a más de un departamento y a más de un director de máster le va a doler pero bien la cabeza a poco que la fiscalía deje de afinar según la afinidad política.
Lo que les fastidia a los periodistas de la cuerda de la Sra. Cifuentes debe ser, que la que iba a liderar la lucha contra la corrupción esté cayendo al pantano más enfangado por una falsedad menor pero, mira por dónde, que está perfectamente documentada.
En cierto sentido es muy jodido que una curtida marinera como Cifuentes, que se ha batido el cobre durante décadas en una barquita de chicha y nabo frente a las terribles embestidas del océano de corrupción por el que continuamente ha estado navegando, y que la ha estado salpicando continuamente saliendo hasta ahora indemne, se ahogue en un charco irrelevante de un palmo de profundidad sin que nadie pueda hacer nada para salvarla. Es el miserable sentido del destino. Pero no nos debe extrañar. A Capone lo entrullaron no porque les llenara la tripa de plomo a la competencia mafiosa en sus enjuegues disolutos. No, lo metieron en chirona por defraudar a hacienda. Paradojas del destino.
“No estamos en Alemania”, ha insistido un “tontuliano”, cuando otro le ha recordado que en ese país al que se aludía ha habido gente que ha dimitido casi inmediatamente por plagiar, tan solo en parte, los trabajos que figuraban en el currículo del político correspondiente.
Lo despreciable de esta hiperhiprócrita manera de “actuar” es que estemos todo el día dándonos golpes en el pecho, platicando inútilmente, aspaventeando con insistentes molinetes gestuales tratando de incrementar el peso de nuestra argumentación oral y mandemos todo en la vida real todo al carajo admitiendo que en el fondo de nuestro ser que somos un pueblo mediocre, cainita, miserable y extremadamente tolerante con la más grave enfermedad que metastasea una democracia occidental moderna, la corrupción.
Eso es lo terrible, que estemos todo el día mencionando a otros países que tienen unos niveles de tolerancia europeos y a los que aspiracionalmente deseamos parecernos, al menos sobre el plano teórico, pero que, en la práctica, los que han llegado a cierto nivel acomodaticio no están dispuestos a hacerlo. No vaya a ser que se descubra cómo carajo han llegado tan rápido a las cúspides de una cordillera de puestos de relevancia que serían prácticamente inaccesibles al resto de la población aún estando más preparados que ellos.
Al parecer la intolerancia hacia ese cáncer que metastasea nuestra sociedad, y que viene de siglos, es posible en esos países, y no en el nuestro, porque nosotros somos de otra pasta. España es diferente y si los que no estamos dispuestos a perpetuar este despreciable imaginario colectivo arraigado fundamentalmente en el poder, sea del tipo que sea, no actuamos, lo seguirá siendo. Hay que revertir la situación en el día a día enfrentándose con los sinvergüenzas, los caraduras, los enchufados, con los que quieren vampirizar los recursos de todos a costa de su propio beneficio.
Entiendo que estos actos de heroicidad solo están al alcance de una pequeña parte de ciudadanos que están hechos de una pasta especial, pero hay también otras maneras “especiales” de hacerlo y con consecuencias palpables para todos es un día emblemático, sí, imagino que lo habréis adivinado, el día de las elecciones.
La única manera es no votar a los depravados morales que se sabe con la más absoluta de las certezas que no van a cambiar su actitud frente a la corrupción puesto que su modo de vida depende de ella.