Imaginemos la siguiente escena de un supuesto cinematográfico:
Sol, mar, playa solitaria ..., un hombre y una mujer.
El hombre.- Estás muy callada, querida. ¿Qué te sucede?
La mujer.- Nada.
El hombre.- Vamos, cuéntamelo.
La mujer.- No sé cómo explicártelo. (Breve pausa.) Me he propuesto abandonarte.
El hombre.- ¿Hay algún otro?
La mujer.- Sí.
El hombre.- ¿Estás segura de quererlo?
La mujer.- Sí.
El hombre.- ¿Más que a mí?
La mujer. -Me sería imposible seguir viviendo sin él.
El hombre.- (Pasándole un brazo por la espalda.) Estupendo.
La mujer.- ¿Cómo has dicho, por favor?
El hombre.- Dije estupendo... ¡Quédate con él!
La mujer.- ¿Te alegras?
El hombre.- ¿Por qué no habría de alegrarme?
La mujer.- Entonces... ¿ya no me quieres?
El hombre.- Al contrario.
La mujer.- ¿Me quieres todavía?
El hombre.- Te quiero y, por tanto, deseo verte feliz. ¿Acaso esperabas otra cosa?
Más tarde, cuando el productor lee ese guión y llega al susodicho pasaje, agarra el teléfono y pide comunicación con su autor. Empieza preguntándole si ha perdido el juicio: evidentemente, usted ha intentado representar una escena de amor, le dice, pero tales escenas amorosas no ocurren nunca en la vida real. Cuando son auténticas, el hombre parte el cráneo a su mujer o, por lo menos, intenta hacerlo. Luego salta al coche, arranca haciendo chirriar los neumáticos y vapulea a su rival. Sin embargo, el autor se resiste a hacer modificaciones: el hombre realmente enamorado de su mujer, responde, se comporta así y nada más, pues el verdadero amor es, ante todo, abnegado. Si el productor se prestara a proseguir la polémica se pondría seguramente de manifiesto que existen, por fuerza, dos clases bien distintas de amor entre hombre y mujer: uno condescendiente y otro vengativo, uno altruista y otro posesivo, uno donador y otro recipiente...
Esther Vilar, "El varón polígamo". (1975) [Esther Vilar estudió medicina, psicología y sociología, y ejerció la medicina antes de dedicarse a escribir.]