El presidente afgano, Nayibulá, ordenó guardar el tesoro dentro de una cámara acorazada construida por ingenieros alemanes en los años 30 en el subsuelo del Banco Central de Kabul. Cuando se presumía que los talibanes podrían hacerse con el poder, Nayibulá reunió a siete personas de su plena confianza y les entregó a cada uno la llave de una cerradura de las 7 con que contaba la cámara, ordenándoles después que se dispersaran por el mundo.
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