Me puedo imaginar la escena: un viejo de 68 años, con una niña de 15. A ella le han hecho creer que él es un santo, casi un Dios. El sexagenario la llama a su cuarto, con cualquier pretexto y allí la convence de que necesita penetrarla, por el bien de Dios o de la Iglesia, o simplemente la penetra por la fuerza. Ni siquiera usó un condón para protegerla de un posible embarazo. Quizás porque él, además de todo, es un irresponsable. Quizás porque la Santa Madre Iglesia lo prohíbe.
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