Algunos tienen una idea equivocada de lo que representa un nihilista moderno. Creen erróneamente que este tipo de personas la conforman miserables y temerosos personajes que lloriquean por las esquinas buscando el momento de morir. Pero nada más lejos de la realidad.
El verdadero ideal neo-nihilista (neo-pesimista, realista, o como se quiera llamar) no es el de vivir con absurdas esperanzas de "salvación" pero tampoco el de vivir de manera depresiva y aislada. La verdadera meta de las personas que filosofan de la manera descrita por ejemplo en el ensayo: "La conspiración contra la especie humana" de Thomas Ligotti, o en el libro de David Benatar: "Better Never to Have Been", por poner dos ejemplos; es la de evitar la natalidad. El antinatalismo como único método viable para acabar de una vez por todas con el abominable dolor intrínseco a toda vida consciente que debe hacer frente a la insoportable levedad de su ser y a su fatal destino sin sentido.
Una vez que la biología, la neurología, la física y la ciencia en general nos han abierto los ojos sobre lo que realmente somos: marionetas desechables y bioinspiradas encargadas de replicar largas moléculas de ADN; y que nos ha hablado sobre el destino del Universo: la comunidad científica se debate ya exclusivamente entre dos posibles escenarios, su "muerte" térmica (Big Freeze) o su desgarramiento (Big Rip), descubrimos que en realidad no somos nada a parte de un medio más mediante el cual nuestro universo moribundo se encarga de devorar gradientes energéticos (en este caso el que produce el Sol). Seamos realistas por una vez, ni el destino de este mundo que "vuela" hacia su autodestrucción térmica ni la esencia humana como máquina dispuesta a las órdenes de mandamientos naturales termodinámicos merecen la pena ser continuadas con nuevas generaciones de "personitas" que abran los ojos horrorizadas ante este panorama.
En este sentido, el ideal del hombre realista es sencillamente el de acabar con la natalidad. Convencer al pueblo llano de que sabemos que no hay Dios (o que si lo hay trasciende nuestra realidad y es indiferente hacia ella) y que ya comprendemos racionalmente por fin lo que realmente somos (marionetas a las órdenes termodinámicas que se esconden tras la evolución que nos dio forma y que nos ladra en cada instante qué debemos hacer). Explicarles que también podemos predecir el futuro físico de nuestro universo, y que se asemeja al de una goma de borrar térmica que acabará erosionando y eliminando cualquier logro que el esfuerzo de todo fenómeno que haya existido o esté por existir (consciente o no) vaya a conseguir realizar jamás.
No es una tarea fácil, quizás sea imposible de base, o imposible al corto-medio plazo; pero la moderna filosofía nihilista es quizás ese pequeño paso que le faltó dar al budismo más milenario. La verdadera "iluminación" la alcanzará no el que descubre que la vida es sufrimiento y medita toda su vida sobre ello temeroso de nuevas reencarnaciones, sino aquel que descubre que no merece traer nuevos individuos a sufrir y padecer estas absurdas necesidades naturales...¡y que consigue vencer al instinto reproductor que llevamos instalado de serie en el cerebro (junto con otros sesgos cognitivos como el del optimismo)!
Pero insisto para que conste que a un verdadero nihilista no lo verás lloriqueando ni abandonado en un cuartucho aislado. Estos realistas renovados de los que cada vez hay más, simplemente viven sus vidas de la manera más natural posible dada cada circunstancia particular, pero con la excepción de que en lo posible se abstendrán de tener progenie, e intentarán fomentar que los demás hagan como él.
Y para aquel que tenga reparos (normalmente instintivos e inefables) ante esta idea antinatalista os dejo una cita de Zapffe que viene al caso:
"¿Así que me pregunta si elegiría no haber nacido? Uno debe haber nacido para poder elegir, y la elección implica destrucción. Pero pregunte a mi hermano en esa silla de ahí. En realidad está vacía; mi hermano no llegó tan lejos. Aun así pregúntele, mientras viaja como el viento bajo el cielo, estrellándose contra la playa, olfateando la hierba, disfrutando de su fuerza mientras persigue su alimento vivo. [...] ¿Alguna vez le ha echado usted en falta? Mire a su alrededor una tarde en un tranvía atestado y pregúntese si permitiría que una lotería seleccionara a uno de los pasajeros agotados como el que usted traería a este mundo. Ellos no prestan atención cuando una persona se apea y dos suben. El tranvía sigue rodando"
Nadie va a echar jamás en falta a un nonato, y tampoco jamás un nonato (en ese "limbo" sin cerebro) va a poder echar en falta en modo alguno la existencia. Sin embargo, el que nace si que viene con boletos (genéticos y circunstanciales) que determinan ya a priori la cantidad de sufrimiento que va a padecer antes de desaparecer desechado por la propia naturaleza, la cual continuará siempre indiferente ante esos pobres desgraciados que van apareciendo y desapareciendo como destellos en la oscuridad.