Tal día como hoy, el 21 de octubre de 2015 del año 1989 las cazadoras se autoajustaban, los coches surcaban los aires y hacíamos pizzas gigantes con una galleta. Sin embargo en la distopía que vivimos no hay coches voladores y tampoco existen centrales de fusión alimentadas con la piel de un plátano. Lo mejor que tenemos son energías renovables artificialmente atascadas y penalizadas por el mismo gobierno que va a dar títulos académicos a los toreros, mientras, muchas de las más avanzadas tecnologías se aplican en armas que son usadas por gente con ideas de la Edad del Bronce. Pese a que los escritores de ciencia ficción nos habían prevenido de que podían ocurrir semejantes calamidades el mito del futuro entendido como una mejora constante de nuestra felicidad gracias a las innovaciones técnicas y sociales sigue alimentando los sueños de las personas, hasta el punto de que dejamos nuestras cabezas al cuidado de empresas criogénicas. Pero no siempre hemos creído en un porvenir tan fantástico. En la antigüedad la gente no tenía futuro, vivía en un tiempo recurrente en el que debían asegurarse la subsistencia con las mismas ideas y artefactos con los que habían sobrevivido sus antepasados. Esto no significa que no hubiera adelantos y cambios, pero las innovaciones se introducían lenta y silenciosamente, no existían personas que reconocieran los avances técnicos como un conjunto de sucesos determinantes para llegar a un lugar mejor, sólo se hablaba de los cambios cuando eran catastróficos, momentos durante los que podía llegar "el fin de los tiempos", entonces bajaba Dios y el mundo cambiaba a lo grande. Porque como los antiguos no tenían futuro tuvieron dioses, los cuales también dejaban que la esperanza recayera en un porvenir en el que todo se transformaba o en el que se iniciaba un nuevo ciclo que, al contrario que nuestro tumultuoso futuro, consistía en un único y difuso acontecimiento de proporciones cósmicas, pero mientras tanto la vida en el mundo debía transcurrir igual que siempre. El futuro como un tiempo de cambios técnicos y sociales diversos, ineludibles y deseados lo inventaron los mismos renacentistas que se esforzaron por traernos el pasado, queriendo reinventar una antigüedad idealizada crearon un tiempo inexistente, una feliz entelequia a la que pusieron el nombre de utopía y que luego los modernos llamarían progreso. Y aunque nuestro futuro es bien sombrío, y la gente esta un poco desilusionada con que los coches voladores no acaben de despegar hoy es un día para celebrar que el mito del futuro sigue teniendo, por esa misma desilusión, muy buena salud. ¡Sigamos pidiéndole cosas al futuro!
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