Emilio, 80 años, prácticamente todos discurridos allí, vive en Vilardemouros, una aldea fin de trayecto, de esas en las que mueren las pistas rurales. Él y su mujer son los últimos moradores de un núcleo donde vivieron decenas de familias y del que todas se marcharon. Todas menos la suya. Allí, aislados del ruido de fondo, a unos cuantos kilómetros de cualquier cosa, Emilio explica cómo le ha tocado la crisis y, sobre todo, cómo elude su siniestro manto.
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