Los empleados se quedaron perplejos, pero las instrucciones eran claras: arrojar al Nilo toda la bodega del hotel. Los whiskys de malta, la vodka rusa, los vinos de reserva... Incluso el champán francés. Sin excepciones. El dueño del Grand Hyatt de El Cairo, el saudí Abdelaziz Ibrahim Bin Ibrahim, había decidido convertir uno de los mejores y más modernos alojamientos internacionales de la ciudad en un hotel sin alcohol para plegarse al islam. Fue hace dos semanas y el personal aún no ha salido de su asombro. Los clientes tampoco.
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