El dicho se atribuye a Apeles, un importante pintor de la antigüedad. El artista acababa de terminar el retrato de un noble y lo expuso. Estaba ansioso por oír los comentarios de sus conciudadanos. Para escucharlos sin ser visto, se escondió detrás de un cortinado. Muchos fueron elogiosos, salvo los de un zapatero que criticó desfavorablemente la forma de los zapatos.
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