Las diez de la mañana de un domingo pueden ser equiparables a un buen madrugón un día laboral cualquiera, por tanto, cuando llegué al colegio electoral poco antes de sonar las campanadas de la torre de la iglesia, pensé que estaría desierto, sin embargo, el horario del convento vecino se empeñó en que tuviera que esperar para depositar mi voto. Así empieza un relato humorístico cuyo objetivo es el de llamar a la participación a los abstencionistas de sentir progresista.
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