Apenas dos segundos de aplausos. Y solo los protocolarios por parte del Príncipe o la vicepresidenta del Gobierno y algún magistrado afín. El resto ni ha movido los brazos o directamente miró al techo, como si buscara un nuevo detalle hasta entonces desconocido en los frescos de la sala de plenos del Supremo. La que debería ser la despedida de Carlos Dívar del alto tribunal que preside desde hace cuatro años ha sido muy fría.
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