La principal razón (de entre las no excesivamente destructivas, como traumas o complejos) por la que imagino que un adolescente calenturiento querría siquiera dejar de tocarse, y quizá aquella que a los autores de este blog nos parece más absurda, es la motivación religiosa. Es el elefante en medio de la habitación al que de momento ninguno de nosotros ha apuntado con el dedo, así que me dispongo a hacerlo yo mismo. La pregunta es sencilla; ¿qué dice la Biblia, nuestro único punto de referencia objetivo, sobre este tema?
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