Se dice mucho que la televisión se está muriendo, incluso que agoniza: audiencias escuetas, toneladas de publicidad (a bajo precio, parece ser), formatos caducados... Quizá para buena parte de los mortales, sobre todo los más jóvenes, que consumen contenidos más "a la carta" y que tiran más de los contenidos online, pueda parecer que la televisión es algo destinado a caer, un formato para viejos y aburridos. Todo lo contrario, como ya he defendido en otras ocasiones, pero dejadme que os cuente mi día de ayer, algo que sería (y puede que sea) irrelevante pero que me apetece contar por la gran frustración que me ha generado.
En nuestra casa tenemos tres televisores: una pantalla de 32 pulgadas en una salita conectada a la antena, otra de 50 pulgadas en el salón sin entrada de antena, y otra de 28 pulgadas en otra habitación, también sin antena, y cuya función principal es acumular polvo. Nos gusta ver el televisor. Repito, "el televisor", no la televisión. No somos la familia que se sienta en torno a la hoguera de una chimenea a escuchar a alguno de nosotros leyendo a Mark Twain o a Bécquer, pero tampoco somos zombies de darle al botoncito del mando "a ver qué echan".
El caso es que ayer, siendo la festividad que era, decidimos hacer una visita al pueblo, previo aviso a familiares cercanos, para presentar nuestros respetos a los antepasados y conectar con los nuestros. Entiendo que para no creyentes, o personas menos espirituales, pueda parecer una tontería. Yo no soy creyente, pero sí lo fueron mis mayores, y me puede el respeto a su memoria.
Curiosamente, creo que mis abuelos, enterrados, descompuestos y agusanados, me hicieron más caso que mis familiares vivos.
Sobre las seis llegamos a casa de un pariente. Beso, beso, abrazo, cómo te va, cómo andas de salud, qué mayores los críos. "Shhh, habe, habe" (variante dialectal de mi tierra para decir "un momento de silencio, por favor, a ver qué están diciendo). En la tele hay un programa en el que varios personajes de la farándula parecen convivir aislados en una casa. Creo reconocer a uno de ellos. "¿Ése no es el Koala, el de Opá voyacé un corrá?" "Síiii, ese es". No sé que dicen ni me importa. Trato de hablar de algo. Me cortan unas risas. Mi mujer me mira raro. La mayor coge el móvil. La pequeña juega con el perro. A los que visitamos, se parten la caja con lo que aparece en la televisión.
No hay conversación. Son personas pendientes de la caja tonta (o, a estas alturas, el rectángulo tonto). En un momento de publicidad, mi familiar se levanta para volver al rato con unas castañas asadas, recién hechas, pero semi-crudas, para volver a engancharse a la emisión. Pasamos una hora más. Sentimos que molestamos, aún sabiendo que no molestamos. "Bueno, nos vamos". "¿Tan pronto?". "Sí, vamos a ver a fulanito".
En el trayecto decidimos parar a tomar algo. Comento: "Madre mía, qué vicio con el programa ese. Me he quedado raro, me voy a tomar una birra, ¿llevas tú el coche?". Mi bombón, empática y conciliadora a partes iguales, sentencia: "Joder, si nos hemos presentado en su casa, a saber cuándo echan ese programa".
Son las nueve y media, o las diez. Llegamos a casa del otro familiar. Beso, beso, abrazo. Te estás quedando calvo (tócate los cojones). Ya está bien que vengas. Nos sentamos. "Pues...". "¡Hostia, espera!" (huelga decir que cuando llegamos a estas casas nos sentamos contra el televisor). Me doy la vuelta. Veo a varios sujetos disfrazados "a la americana" para ser el día que es soltando gilipolleces (de verdad, no tiene otra definición): que si uno va a conseguir que el otro salga de la casa, que si uno va a demandar a otro por decir calumnias, que si... Cambia el plano y se ven a varias personas correteando delante de un enano disfrazado mientras una voz en off (agravada digitalmente media octava) trata de ¿meterles miedo?.
Aquí no hay perro. Aquí no hay WiFi. Mi señora me mira con unos ojos en los que se podría leer el Quijote. "No nos están haciendo ni puto caso". Avisamos que nos vamos, sin oposición alguna. Pero ninguna. De hecho, amenazo: "Oye, si estáis como bobos con ese programa, me voy a por otra cerveza". ¿Respuesta? "No, si a vosotros no os gusta esto, no os quedéis". No con tono de complacencia, sino de desagravio.
No sé que share el programa de los cojones, pero desde luego, ha sido una de las experiencias más desagradables de mi vida, sobre todo porque no iba solo. Además, supongo que no sería un sólo programa, sino varios programas de esos de parrilla que le dan vueltas incansablemente al mismo tema para atraer audiencia. Que mencione la cadena, que sé cuál es, es absurdo, porque seguro que sabéis a cuál me estoy refiriendo, y al fin y al cabo son todas iguales, incluso nuestra televisión pública, con programas de cocineros, creo recordar.
Y ojo, que a mí me gusta la televisión. Hay contenidos pre-anunciados que no están disponibles a la carta u online y que deseo ver, pero si recibo visitas cuando los emiten, lo primero que hago es apagar la tele. O incluso con los deportes, que también me gustan. Prefiero disfrutar de la gente que se molesta en venir a mi casa a dejarlos clavados haciendo la fotosíntesis mientras veo un puñetero monitor.
Por eso pienso: ¿que la tele se muere? Quizá el formato actual no atraiga tanto como antaño, pero desde luego que sigue teniendo éxito, independientemente de los contenidos que emitan, que como no conozco no quiero ni entrar a valorar, a pesar de que, a primera vista, me parezcan una chorrada como un castillo.
Pero desde luego, que tras días como el de hoy, cada vez que lea una noticia del tipo "Atresmedia/Mediaset/TeleSeijo se hunde en bolsa" diré: os jodéis. Ya bastante echamos de menos a nuestros muertos como para que encima transforméis a los presentes en muertos en vida.