"No se puede hacer una omelette sin romper huevos". Una y otra vez, durante el período soviético, se repetían esas palabras para justificar la caída de miles de inocentes, víctimas de la represión del Estado en la supuesta búsqueda de una sociedad ideal. Por eso, nadie quería llamar la atención o levantar la voz, no fuera cosa de ser acusado de reaccionario y, en la época de Stalin, enviado al Gulag. Así, la Rusia soviética se convirtió poco a poco en un país de susurros. Extraordinario libro del connotado historiador Orlando Figes.
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