Griñán se va. Porque quiere, porque puede. De su reinado quedará el suave aroma del aburrimiento provocado por un tipo que llegó sin ganar y no se fue al perder. Griñán pertenece a esa generación de políticos españoles que creen ser héroes del tiempo al medir con un reloj sus intereses en función del peso que nuestra paciencia puede soportar.
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