En la madrileña calle Rodríguez de San Pedro hay un callejón que pasa desapercibido, pues va a ninguna parte. Suele estar cerrado por una verja que viste un rotundo cartel de propiedad privada. Entre sus barrotes, se divisa un camino de baldosas (amarillas) junto a una plaza que ha sido conquistada por una vegetación que crece y crece salvaje entre conductos de aire que buscan el cielo para que respire un parking que hay debajo
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