Hoy, con el pretexto de haber descargado de un camión 1300 ejemplares de una de mis novelas, aprovecho para contaros una historia.
Pues veréis: hace un par de años, en un arrebato, escribí una novela en cosa de mes y medio. En principio era una broma, un pasatiempo chusco en el que incluir tres o cuatro ideas, algunas literarias, algunas comerciales y algunas simple y llanamente malignas.
Por seguir la diversión, en cuanto acabé la novela (que ni loco diré cual era), la envíe a mi agente para ver qué opinaba, y tres semanas después me llamó para decirme que la había vendido.
No. Os aseguro que por mucho que tenga 10 novelas publicadas, no es lo común. No es lo normal. Para nada.
Incapaz de evitar el topicazo de los ojos como platos, firmé el contrato, cobré el cheque y meses después vi publicada la novela.
Se vendió regular, mejor que otras que me gustaban el triple, y por una serie de vicisitudes que prefiero no contar (incluyen dos defunciones), la editorial cerró.
En el proceso concursal, antes llamado quiebra, resultó que como autor de la novela tenía derecho de tanteo sobre los ejemplares que aún quedasen en el almacén, y ahí fue donde me encontré la primera depreciación del libro: me vendían los 1300 ejemplares... ¡A 80 céntimos la pieza!
Pues vale: los compré.
Me dedicó al negocio del turismo rural (porque escribir adelgaza, más que nada) y se me ocurrió que podía regalar mis propios libros a los viajeros como quien regala un mechero de propaganda. Era cuestión de ponerles un sello o una pegatina, y a tirar millas: publicidad de la casa rural y publicidad de mi obra, aunque no fuese la mejor.
Pues amigos, hay que joderse: no consigo colocar los libros ni regalados. La gente los mira con una mueca,. da las gracias (o no) educadamente (o no), y prefiere coger un boli.
Me pregunto qué coño tendrá que escribir la gente que no lee, pero eso no se lo puedes decir a los clientes.
Lo peor del asunto, porque siempre hay algo peor, no es que los libros se queden allí: lo pero es las cosas que uno escucha. Cosas como "no cojas eso, que luego estorba" (mujeres) o "yo prefiero hacer deporte" (hombres). Sí, ya veis que arriesgo un comentario sexista, pero es lo que he escuchado.
Lo peor es la cara con que la gente mira al libro.
Lo peor es que antes, los enemigos de los libros se ocultaban y ahora lo proclaman.
La rebelión de las masas, diría Ortega.
O quizás sería mejor citar a Spengler.
Cosas veredes....
(Publicado originalmente en www.premiosliterarios.com )