Nuestra generación (soy del 79) lleva toda la vida, y especialmente estos últimos 10 años, criticando a sus padres, a la generación del baby boom, por haber montado esa Arcadia de cartón piedra llamada Modélica Transición. Régimen del 78, que lo llaman ahora.
Ellos pelearon por un cambio. Izquierdistas que, como mi madre, sufrieron tortura, comieron barrote y creyeron, como lo habría hecho yo, que un gobierno de izquierdas traería algo parecido a aquello con lo que soñaban, mientras llegaban los estertores del dictador. Fueron mayoría los que, movidos por la esperanza y los deseos de cambio, llegaron a creer, pese a Suresnes, que González traería algo más que libertad y democracia.
La crisis del 2007 fue nuestra Transición en potencia. Una nueva oportunidad para protagonizar un punto de inflexión. Si nuestros padres se tragaron a Franco, nosotros nos tragamos la precariedad, el paro y las consecuencias de la corrupción. La decadencia estructural, política, moral y ante todo, generacional de un país casi en bancarrota, nos dieron motivos para exigir un cambio integral.
La diferencia es que Franco murió y la Modélica Transición produjo, en gran parte, una transición. Llegó la democracia, con restos de franquismo en los resortes del poder empresarial que un persisten hoy día y con una monarquía impuesta con trampas en un referéndum, democracia en parte indigna y sustentada sobre la confusión del perdón con la impunidad, sí, pero democracia al fin y al cabo. La gente pudo por fin votar, España avanzó y se quitó de encima, en gran parte, la letanía sorda, casposa, mojigata, meapilas y oscura de 40 años de dictadura.
La decadencia, el inmovilismo y la corrupción, con una crisis gravísima como catalizador, provocaron el surgimiento espontáneo de un movimiento. El 15M colocó a España, durante dos años, como el país con mas manifestaciones no sectoriales (no convocadas por sindicatos) por 100.000 habitantes de toda Europa, superando por primera vez a Francia desde que comienzan a recogerse estos datos (1979) según The Guardian. Los dos años posteriores al 15M fueron un hervidero de protesta social en el que diversas mareas tomaron la calle para exigir un cambio sustancial en las políticas sociales. Pero se produce un hecho curioso, tras la fundación de Podemos a finales de 2014, la lucha social no sectorial desaparece. Este gráfico (fuente Fundación Alternativas, enlace al estudio: www.fundacionalternativas.org/public/storage/laboratorio_documentos_ar) muestra como la protesta social cae drásticamente a partir de 2015 hasta niveles de 2008, cuando la crisis no había hecho más que comenzar.
En el año 2019, Carlos Carnero, de la Fundación Alternativas, comentó una realidad en los micrófonos de Onda Cero, de la que muy pocos medios se hicieron eco: "En 2013, éramos el país número uno en protestas sociales no sectoriales en la UE. Ahora mismo somos el penúltimo solo por detrás de Eslovenia". Se diría que la izquierda delegó la lucha social en un partido que surgió del 15M y que trató de convertir sus exigencias sociales en medidas oficiales, cambiando el sistema desde dentro del sistema. Si en la Modélica Transición la izquierda tuvo que renunciar a la justicia por los crímenes del franquismo, en nuestra particular Transición, el 15M, un movimiento antisistema, tuvo que renunciar al razonamiento más esencial que justificaba su existencia, que había que cambiar el sistema.
¿Había o hay razones para haber abandonado la lucha en las calles? ¿Acaso cambió "nuestra Transición" alguna de las cuestiones más esenciales que demandábamos? Siento decirlo, pero ya ha pasado casi una década y creo que es hora de admitir que el 15M tan solo fue un espejismo del que brotaron una gran cantidad de promesas, entre las cuales había un asalto al cielo que luego acabó en chalé, en una vicepresidencia y en varios ministerios.
Pero reconozcámoslo: la precariedad no solo sigue existiendo, sino que sigue rompiendo récords incluso antes de la pandemia. El desempleo juvenil continuaba subiendo antes de la pandemia recuperando el top 3 de la UE que perdimos en 2015. Los problemas de vivienda se agravan cada vez más y 2018 se convirtió en el año con más desahucios de la historia de este país. La corrupción política y empresarial no cesa, adoptando nuevas formas. Jamás se auditó la deuda. El ascensor social está en niveles de los años 80. En febrero de 2019, según encuesta de El País, 8 de cada 10 menores de 40 años se declaraban "muy pesimistas" con sus esperanzas de futuro.
Las primarias en los partidos y cierto impulso del feminismo son los únicos logros de aquella revolución que acabó en casi nada y que el sistema ya ha logrado diluir. Podemos ha actuado como anestésico y nos ha facilitado hacer un ejercicio de olvido en lo referente a todo aquello que exigíamos en 2011. No culpo solo al partido y a su renuncia a la mayoría de exigencias fundacionales. La culpa es, esencialmente nuestra, por supuesto. Porque la izquierda hemos vuelto a creer, como en los 80 y 90, que el problema ya no es el sistema, como Iglesias coreaba, allá por 2014, sino que el tumor a estirpar es la derecha. Un enemigo más alcanzable y que sobre todo, genera más votos que las pretensiones de cambio estructural. Y he aquí otro paralelismo más con la Modélica Transición: igual que González renunció al marxismo en Suresnes, Iglesias ha renunciado a la lucha antisistema. Y aquellos que salieron a la calle ahogados por la precariedad y la indignación, le han comprado el discurso, creyendo que acabando con la ultraderecha o peleando contra el machismo, todas batallas esenciales y loables, van a atenuarse los problemas a los que se enfrentan los que las pasan putas para llegar a final de mes. Tal vez eso explique por qué Podemos ha perdido, en estos últimos años, una gran cantidad de votos entre las clases menos pudientes.
No me toméis por idealista, yo jamás pensé que el partido morado fuera a provocar una ruptura total en caso de tocar poder, pero si el botín que debemos aceptar por haber logrado llegar al Parlamento son leyes relacionadas con la defensa de la identidad, un ministerio de la Igualdad, y la constante lucha marketiniana por una República que, en nada soluciona los problemas más esenciales de la clase obrera, por indigna y corrupta que sea la monarquía, creo que ya va siendo hora de abrir los ojos.
La izquierda española de los 70 vendió su alma a la prosperidad. Después de 40 años de oscuridad, yo también lo habría hecho.
Pero, ¿para qué hemos vendido los izquierdistas de hoy nuestra alma? No tenemos nada.