Frase que pertenece al epitafio de un Jefe de Estado español, Nicolás Salmerón, de cuyo fallecimiento ahora se cumple un siglo y que, según los historiadores, está injustamente olvidado, a pesar de que "representó lo mejor de la España del siglo XIX", "siempre puso su imperativo moral, la ética, por delante de otras consideraciones de conveniencia, egoísmo u oportunismo" y que su vida fue una "renuncia constante de un hombre íntegro".
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