En España, la expresión de cantautor remite a la Transición. A pana y coderas. A naftalina. Y, sin embargo, los locales de Madrid que acogen a estos escritores de canciones están llenos. Y desde mucho antes de la crisis. El género transpira más allá de la canción protesta. Ha sabido reinventarse. De la pana se ha pasado a la pena. Ya no se canta a la libertad —sin ira—, sino al amor. O más bien, al desamor.
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