Como a muchas de sus amigas y familiares, a Maria Castro siempre le pareció injusto que los hijos tengan que llevar "porque sí" el apellido del padre. Mucho antes de quedarse embarazada ya lo había hablado con su pareja, Jordi López, a quien tampoco le parecía descabellado el planteamiento. Es más, estaba de acuerdo. Y llegó el embarazo. Y a medida que crecía la barriga, crecían las dudas de Jordi. Pasaron los meses y, unas horas antes del parto y ante la insistencia de su ginecóloga, la pareja decidió jugarse a suertes el apellido.
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