(de Arturo Pérez-Reverte) En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu alma. Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y apasionante. Dios y la militancia política sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la sección de Nacional. Podían manipularte un titular o un texto; pero al menos lo defendías como gato panza arriba. Hoy el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas. Secundar a la empresa hasta en sus guerras y disparates
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