La apertura de los archivos comunistas en Europa del Este lo ha demostrado: los servicios secretos del bloque soviético tenían literalmente tomado el Vaticano. Un solo servicio secreto comunista, el de Alemania Oriental, llegó a tener hasta ¡diecisiete! informadores en la Administración vaticana. Junto a la sede romana, el otro gran objetivo de la infiltración comunista en la Iglesia estuvo en Polonia: el 15% del clero trabajó para los servicios secretos. Asimismo, fue Moscú, sin ninguna duda, quien ordenó atentar contra Juan Pablo II.
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