Él no lo sabía por aquel entonces pero en su destino estaba escrito que sería uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto. Cuando la década de los 70 se aproximaba a su ecuador a Earvin Johnson le esperaba una nueva etapa en su vida: el Instituto llamaba a sus puertas. Lansing era (lo sigue siendo) una pequeña urbe del estado de Michigan, en comparación con otras ciudades de Estados Unidos. El joven Earvin empezaba a hacerse un nombre en su localidad natal gracias al deporte de la canasta.
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