Porque existe un arquetipo de guerrero popular de la ficción, esas estrellas de un cine de sudor, cervezas, one-liners ridículos, músculos en aceite de oliva, armas desproporcionadas y cadáveres de enemigos extranjeros apilándose en montañitas. El ejército de un solo hombre, un guerrero sobrehumano sin remordimientos y con una capacidad para autoregenerarse envidiable, el justiciero que entre las balaceras siempre tienen un hueco para los chascarrillos y la guasa.
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