Cuando necesito sentir campo, oler verde y corteza, cuando necesito respirar me escapo al Jardín Botánico de Madrid. Paseo entre plantas y árboles de nombres incomprensibles esperando que alguno me hable. Me gustan los árboles que hablan, que piden un abrazo o una caricia. Coloco mi mano en sus rugosidades y percibo otras manos, manos que laten, que hablan a su manera como si fueran un árbol duplicado.
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