Hace poco con mi amigo mendru, reflexionamos sobre la urgencia de potenciar en la sociedad el pensamiento crítico. Llegamos a la conclusión de que aún llevando a cabo la mejor estrategia para desarrollar esta competencia faltaría por superar «el gran escollo» del pensamiento crítico; el miedo y en concreto el miedo a la verdad. Ese miedo y la falta de un buen análisis es lo que nos puede meter en problemas, porque como decía Mark Twain.
No es lo que no sabes lo que te mete en problemas. Es lo que crees saber con absoluta seguridad y sencillamente no es así.
Si miramos hacia el futuro, nos encontramos con un panorama lleno de incertidumbre y complejidad. En todo caso hay algo que cada vez está más claro: si queremos que la Tierra pueda satisfacer las necesidades humanas futuras es necesaria una transformación. Debemos trabajar para construir un «futuro viable», para hacerlo es imprescindible conocer el presente y para conseguir esto es necesario entender el pasado.
El cine puede ser una herramienta pedagógica insuperable y lo sería mucho más si no fuera por el copyright. El cine, ya sea de ficción o documental, ha expuesto con mucha claridad la cruda realidad: Inside Job (Charles Ferguson, 2010), Margin call (J. C. Chandor, 2011), The company men (John Wells, 2010). Para explicar el ambiente en el que se «coció» la crisis, aconsejaría ver El Lobo de Wal Street, obra del genial Martin Scorsese y para entender como evolucionó, desde la acumulación de las hipotecas y créditos ideada por Lewis Ranieri hasta el estallido de la crisis hipotecaria, sin duda recomiendo la adaptación del director Adam McKay del libro de Michael Lewis, La gran apuesta.
La realidad no pinta demasiado bien, pero seamos optimistas y tengamos en cuenta a Bertolt Brecht.
La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer.
Para que nazca lo nuevo y para planificar el futuro antes debemos entender cómo hemos llegado hasta aquí.
El imperio capitalista; la economía de mercado no es lo mismo que el capitalismo.
En el Archivo General de Indias, justo al lado de la catedral de Sevilla (España), proyectan un video documental en el que, a través de la historia del propio edificio, se narra la evolución entre la economía de mercado y el capitalismo, fruto de la aparición y extensión de los intercambios comerciales a larga distancia; las primeras «globalizaciones».
Según Fernand Braudel, el gran historiador económico francés, hay una clara diferencia entre capitalismo y economía de mercado. Braudel señalaba que eran cualitativamente diferentes, que una economía de mercado no era una economía capitalista y que el capitalismo se desarrollaba sobre la economía de mercado de la que había surgido a sus expensas y en múltiples ocasiones contra ella.
La economía de mercado braudeliana coincide con el mundo soñado por Adam Smith, un mundo donde el dejar hacer, dejar pasar liberal, sería en la mayor parte de los casos una buena política económica. La cercanía entre los agentes y la horizontalidad de sus relaciones, propiciarían el desarrollo de redes de solidaridad y comunidad que posibilitarían una convivencia suave y armónica de modo que se atenuasen los efectos negativos de la lógica competitiva.
Según Braudel el capitalismo se caracteriza por el surgimiento de una élite económica imbricada con las otras élites sociales, a las que domina: la política, la militar, la religiosa, la cultural. Estas élites sociales están desconectadas de los otros estratos económicos debido a la deslocalización de las actividades económicas capitalistas.
En resumen, según la perspectiva histórica braudeliana es evidente que la crisis que estamos sufriendo es un episodio más de la ya larga lucha del capitalismo no contra el socialismo, sino contra la economía de mercado.
En un mundo tan complejo llega la desesperanza, por eso es necesario recordar la cita de William Morris (A Dream of John Ball, 1886):
Los hombres luchan y pierden la batalla, y aquello por lo que peleaban llega, pese a su derrota, y luego ya no parece ser lo que creían, y otros hombres deben luchar por lo que creen, bajo otro nombre.
Tenemos información suficiente para entender donde estamos. Esto no quiere decir que tengamos claro hacia dónde vamos. Lo que si está claro es que, como siempre, depende de nosotros.
Ante tanta complejidad ejercer de futurólogo, más que complicado, es absurdo, pero podemos dejar pinceladas de grandes pensadores que nos pueden iluminar el camino.
Peter Drucker al preguntarle en una entrevista sobre el concepto de sociedad del conocimiento contestó con la claridad que le caracterizaba:
Es un concepto simple. En un sistema capitalista, el capital es el recurso de producción crítico, y está totalmente separado, y aún en oposición, con el trabajo.
En la sociedad hacia la cual nos estamos encaminando rápidamente, el recurso clave es el saber. No puede ser comprado con dinero ni creado con capital de inversión. El saber reside en la persona, en el trabajador del conocimiento.
El capital se volverá redundante, o sea, está por dejar de ser un 'recurso'. El capital es importante en tanto factor de producción, pero no es más un factor de control.
Esta nueva realidad el antropólogo Pierre Lèvy la denomina capitalismo informacional y desarrolla acertadas ideas sobre su posible evolución:
Gracias al ciberespacio, los conocimientos que están en el dominio público jamás han estado tan accesibles y utilizables como hoy día, y a un costo tan bajo. Toda idea colgada en cualquier parte de la red es inmediatamente legible en todas partes, y conectable desde cualquier otra. La libertad de expresión, de comunicación y de asociación crecen a ojos vista.
La transparencia del cibermercado nos permite orientar la economía, escogiendo los productos que mejor corresponden a nuestros criterios éticos, ecológicos, políticos y sociales.
Como resumen me quedaría con esta idea de Lèvy.
El capitalismo informacional parece dirigirse hacia el establecimiento de reglas de juego según las cuales las más competitivas son precisamente las más cooperativas.