La corrupción en España no es un accidente, sino una forma perversa de entender la política y el poder. Es espeluznante ver al presidente de Andalucía, José Antonio Griñán, defender a uno de sus consejeros que ha sido encarcelado por estar implicado en gravísimas chorizadas, corrupciones y abusos de poder o a Carlos Divar aferrado a su sillón, sin dimitir a pesar de las evidencias de abuso. España cada día es menos un país democrático y se exhibe ante el mundo, sin pudor, como un conjunto de tribus corrompidas y, a veces, delictivas.
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