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Confesiones de un verdugo chino

“En realidad, el trabajo no es tan difícil como se puede pensar visto desde fuera. Todos usamos rifles y nos situamos a unos cuatro metros del prisionero condenado separados por una barrera de un metro. Apuntamos, apretamos el gatillo y eso es todo”. Con la misma rutina funcionarial con que Pepe Isbert desgranaba los secretos del garrote vil en la negrísima comedia de Berlanga, así explica su trabajo uno de los muchos verdugos que cada año ejecutan en China a miles de presos sentenciados a pena de muerte.

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