En estos días solemos tener en mente la idea de un fin de ciclo y del comienzo de otro. Eso lleva a la revisión y el recuerdo de nuestras vidas. Dependiendo del sujeto, ese pensamiento (que puede ir además unido al temor a la pérdida de lo que posee hoy) oscila entre lo agradable y lo insoportable, acercándose más o menos a uno de ambos conceptos.
Hay un primer elemento que no solemos tener en cuenta para afrontar la anterior reflexión: conocemos las miserias de nuestra propia vida, pero ignoramos las del prójimo. Y, tras una fachada idílica, puede ocultar un infierno, así como toda la sabiduría que ha acumulado sobreviviendo en él, y que podría sernos muy útil para escapar de nuestra propia cárcel. La incomunicación y el miedo al rechazo generan un aislamiento que acaba matando a muchos individuos, pues les impide contextualizar sus problemas y encontrar soluciones en las experiencias de otros que los han sufrido.
A modo de ejemplo, quienes me conocen consideran que soy una persona muy tranquila. Pues bien, mi mente está perturbada por (entre otras cosas) la obsesión de ser estúpido. Me pasa desde los 18 años más o menos. Cada error que cometo, sea más o menos insignificante, me reafirma en esa convicción. Y la idea de mi estupidez me martillea cada vez que debo realizar un trabajo intelectual. Puesto que soy abogado, ello vuelve profundamente desagradable mi labor. He aprendido a vivir con mi obsesión, y en cuanto a los resultados de mi trabajo me afecta bastante poco, pero me amarga el camino para lograrlos.
Mi otra gran anomalía es lo mucho que me cuesta desear algo y experimentar ilusión. Si el defecto de muchos es la ambición desmedida, el mío es la apatía. A mis 20 años no era así, pero llevo unos 10 pisando caminos exclusivamente grises, en un mundo de burocracia donde el sol es aquello que los aztecas llamaban "la basura de los dioses", y que llevó a Hernán Cortés a destruir su imperio. Todo cambiaría si, antes de convertirme en un autómata total, abandonase el camino seguro y comenzase a perseguir lo que siempre quise. Pero heme aquí, dispuesto a dar, a partir del 1 de enero, una nueva vuelta a mi odiada rueda.
¿Y vosotros? ¿Cuántas de las personas que se crucen en vuestro camino serán capaces de descubrir quiénes sois en realidad? ¿Cuántas os abandonarán antes de haberos tomado porque os buscaban pero no os reconocen? Dicen que la mejor definición de una persona está en sus actos. Pero si los actos que realizamos no son nuestros ¿Cuánto hace que hemos muerto bajo el silencio y la mentira?
Nunca pienses que tu vida está malograda y la de tu vecino es grandiosa. Lo más probable es que ambos hayáis pintado los barrotes de vuestras celdas para camuflarlos. Nunca dudes en mostrarte tal y como eres, porque siempre habrá otra persona que mire hacia el mismo punto del horizonte y, en cualquier caso, la libertad no tiene precio. Y recuerda que el corazón, como los perros, tiene olfato, y el sentido de la vida se encuentra en seguirlo. Nunca es tarde para romper la rueda.