Nos prometieron El Dorado. Nos convencieron de que nuestro trabajo como Señores Ingenieros (a.k.a Masters del Universo), consistiría en arrugar nuestros elegantes culos tras una lujosa mesa de caoba. Que sólo tendríamos que firmar con nuestra pluma italiana algunos informes, que el trabajo sucio lo hacían los programadores de FP subcontratados por alguna consultora de dudosa reputación.
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