En 1856 Kate Warne, una viuda de 23 años que acababa de llegar a Nueva York, se presentó a la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton con la idea de convertirse en detective. Ninguna agencia estadounidense había contratado antes a mujeres como detectives, y precisamente por eso, Warne supo convencer a Allan Pinkerton para que la aceptaran: nadie esperaría que una mujer fuera una detective encubierta, lo que le permitiría infiltrarse fácilmente en cualquier lugar y hacerse amiga de las parejas de los presuntos delincuentes. (...)
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