Hablando con los adictos a las drogas callejeras de Lisboa, la capital de Portugal, se oye confusión y consternación por la carnicería de muertes por sobredosis que se produce a un océano de distancia, en Estados Unidos. Ana Batista, una mujer de unos 50 años adicta a la heroína desde hace años, dice que no ha perdido a ningún amigo o familiar por una sobredosis mortal. "No, no, no", dijo, hablando en una clínica de consumo seguro de drogas, donde había llegado a inyectarse bajo la supervisión de enfermeras y consejeros.
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