Cuando en febrero de 1959 triunfó la revolución cubana, finalizaba una larga etapa de simbiosis entre el gobierno de La Habana y los intereses de la vecina superpotencia: los Estados Unidos de América. Durante mucho tiempo la isla caribeña había sido no solamente un lugar de vacaciones para los estadounidenses, sino también un fructífero terreno abonado para corporaciones e inversionistas —la producción de azúcar, la industria turística— y en general estaba considerada como el “patio trasero” de los EEUU.
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