Cuenta la historia que Sócrates era conocido entre sus conciudadanos como “el tábano de Atenas”. Se dice, además, que estaba encantado con ese sobrenombre porque le describía muy bien: su misión era la de aguijonear al personal a través de preguntas y explicaciones de esas que incordian y que, sobre todo, despiertan. Eso sí, al gran filósofo griego le salió muy caro el poner a pensar a determinada gente que, en verdad, prefería seguir durmiendo. A este “tábano” que no para quieto hay que darle cicuta, acordaron.
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